martes, 6 de marzo de 2012

Ilusiones y copas.

 

En el regocijo de una noche festiva,

de ésas que licencian al alma y destierran congojas

la mesura se asfixia entre locuacidades

y el desenfreno danza como las mariposas,

me asilé en la complicidad de una copa de vino

que alardeó su gustillo solaz endulzando mi boca.



El choque del cristal enmudecía entre mordaces bromas

que  alborozados elogiábamos todos,

reviviendo otras  inventivas férvidas al correr de las horas.



En la mezcolanza de incesante humareda y trajines confusos

te encontré de improviso.  Se sacudió mi entraña

y mi garganta empuñando un ahogo cercenó  mis palabras. 

Martilló mis oídos un sonido violento y a mis pies el abismo

se abrió como la vez aquella cuando di  mi primer beso.



¿Cuántos años de ausencia? ¿Acaso ya importaba?

En mi cabeza un fiero torbellino desordenaba ideas

avivaba cenizas locamente, brutal,  desalmado

arrojó   los recuerdos al ruedo del ahora, pródigo, sin reparo

más que esa noche misma de excesos y  de juerga.



¿La fiesta? Retrocedió su bullicio unos pasos

pero mi corazón no supo de  edictos ni mesura y estalló

imprudente.  Se  incendió cuan hoguera mi rostro sorprendido. 

Allí estabas.  Cerré mis ojos y aspiré el aire espeso de fantasmas.



Alguien deslizó un abrazo sobre mis hombros y volví la mirada.

Unas palabras desmañadas y un aliento penetrante  de algún licor bribón

mi templanza repuso.   Sonreí, algo dije, no sé

y al buscarte no estabas.



El delirio apañó mis antojos. Los desgarró de mi alma.

Y realidad te hizo unos breves segundos.  Sí sé… alucinaba.

El  gustillo villano de varias copas de aquel  cárdeno vino de cepa bien nacida

en esa noche alegre abusó  de mi seso

y delató que aún te amaba.



Marina Flores Rozas

Chile