En el regocijo de una noche festiva,
de ésas que licencian al alma y destierran congojas
la mesura se asfixia entre locuacidades
y el desenfreno danza como las mariposas,
me asilé en la complicidad de una copa de vino
que alardeó su gustillo solaz endulzando mi boca.
El choque del cristal enmudecía entre mordaces bromas
que alborozados elogiábamos todos,
reviviendo otras inventivas férvidas al correr de las horas.
En la mezcolanza de incesante humareda y trajines confusos
te encontré de improviso. Se sacudió mi entraña
y mi garganta empuñando un ahogo cercenó mis palabras.
Martilló mis oídos un sonido violento y a mis pies el abismo
se abrió como la vez aquella cuando di mi primer beso.
¿Cuántos años de ausencia? ¿Acaso ya importaba?
En mi cabeza un fiero torbellino desordenaba ideas
avivaba cenizas locamente, brutal, desalmado
arrojó los recuerdos al ruedo del ahora, pródigo, sin reparo
más que esa noche misma de excesos y de juerga.
¿La fiesta? Retrocedió su bullicio unos pasos
pero mi corazón no supo de edictos ni mesura y estalló
imprudente. Se incendió cuan hoguera mi rostro sorprendido.
Allí estabas. Cerré mis ojos y aspiré el aire espeso de fantasmas.
Alguien deslizó un abrazo sobre mis hombros y volví la mirada.
Unas palabras desmañadas y un aliento penetrante de algún licor bribón
mi templanza repuso. Sonreí, algo dije, no sé
y al buscarte no estabas.
El delirio apañó mis antojos. Los desgarró de mi alma.
Y realidad te hizo unos breves segundos. Sí sé… alucinaba.
El gustillo villano de varias copas de aquel cárdeno vino de cepa bien nacida
en esa noche alegre abusó de mi seso
y delató que aún te amaba.
Marina Flores Rozas
Chile